La luna alta y plateada, allá arriba, reflejada en el Río Uruguay y ahí nomás, cerca de la orilla el vértigo de ver por primera vez a una banda que tenía ganas de ver hace mucho tiempo en vivo. Debo decir que todas las oportunidades anteriores tuve algún horario o compromiso superpuesto y por algo tenía que ser un viernes santo que ocurra el encuentro.
El caso es que ahí están. Son seis sobre un ¿escenario?. No importa. Están tocando y dándolo todo en el lugar más hippie de la ciudad y destilando onda y data que podría bajar tranquilamente desde Niceto o el Roxy Bar. Pero no. Estamos en Concordia y los Maniqui le dan de punta en el predio del Club Comunicaciones, corazón de la Costanera.
Al carisma y ductilidad vocal del Conejo y Lito se le suma un cuarteto instrumental que la cuelga de la misma luna que sigue allá arriba de nuestras cabezas mientras bailamos hasta el infinito y más allá.
Con asombro asisto a la convocatoria populosa y entusiasta (que también los asombra a ellos mismos, porque de hecho uno de los cantantes lo dice brillante sobre el mic en una mano). El sonido general del grupo es impecable. Es pop inteligente, con más acento tecladístico que riffs guitarreros y links sonoros que van de Jamiroquai a Los Amigos Invisibles. El repertorio es propio y tiene una lírica contemporánea y urbana. Las historias de amor empiezan en las pantallas y Ana no encuentra su look. Nada está librado al azar. Hay citas textuales a Miguel Abuelo y a San Cerati. Todo está donde debe estar y eso me causa una doble sensación. Me encanta y me asusta. Me da vértigo la luz de una supernova tan cercana. Está buenísimo tener la certeza de que es recontra por ahí. No temo equivocarme de pensar (y compartir) que estos pibes tienen pasta para rato y si dominan bien la globa tienen el futuro de las grandes cosas. A lo mejor estamos ante eso que hace tiempo no tenemos. Es algo nuevo y tiene forma de canción (pop). Por las dudas, voy avisando.