Los conductores de Gente de Zona llevaron la radio tv hasta el barrio El Silencio y compartieron una jornada especial con un grupo de alumnos que por un momento invirtieron los roles y los comunicadores fueron los receptores de mucha data del barrio, contando la otra realidad que no se cuenta o no es de prioridad para los demás portales.
Fue una invitación que Emiliano Pérez Siran le hizo a Nicolás Angarola y se trasladó al programa Gente de Zona, para llevar un mensaje de comunicación distinto de lo que habitualmente se conoce del barrio El Silencio.
El profe «Memi» es un tipazo que ejerce la docencia con una mirada abierta y comprometida, que no se queda quieto y está fortaleciendo los vínculos para una gran movida que se está gestando para el mes de septiembre.
Ésta actividad tuvo un fuerte impacto en los protagonistas y el que mejor la cuenta es Carlos Rodríguez, que cada vez que suelta su pluma el tiempo se detiene por un momento y es oportuno que para entenderlo es mejor lo leas a continuación:
Esta mañana estuvimos con la radio a la escuela del barrio El Silencio. Fuimos con Nicolás, compañero de aire, de ruta, de risa y de causa. Nos convidó el profe Memi, que no solo enseña, también imagina. Y creer hoy, en este país y en este calor y en esta Concordia que a veces parece una pregunta, ya es un gesto de belleza obstinada.
El Silencio no hace ruido, dicen algunos.
Pero basta con entrar al aula y quedarse quieto dos segundos para ver que algo late ahí, algo que quiere contar su versión del mundo.
Zoe que dibuja un río con ojos. Ramón que nos cuenta que es de River. Otro nene que con la mirada y los pelos parados nos explica que su barrio no es peligroso, sino que está cansado. Uno nos relata una anécdota con un sapo como si fuera un cuento de Cortázar. Todos tienen historias. Y lo que nos falta es tiempo, no talento.
Memi no habla en nombre de ellos: los escucha. Y al hacerlo, transforma El Silencio en otra cosa. Una especie de antena, un dial humano donde los chicos encuentran su frecuencia y emiten. No para que los aplaudan, sino para que los oigan.
Entonces uno recuerda aquella letra de Cabrera, que pega donde duele: “La pobreza es tan caliente que nos quema de vergüenza”.
Y sí.
Nos quema. Nos pica en los ojos.
Porque es cierto que la tele les pega, que la calle les pega, que los medios les pegan, que la historia les pega.
Pero también es cierto que esta mañana hubo algo que empezó a pegar distinto.
Una palabra. Un cuaderno. Una pieza de ajedrez. Una sonrisa que no buscaba nada a cambio.
Un chico diciendo: yo también quiero hablar.
Una chica preguntando si puede leer en voz alta un poema.
Y ahí, en ese instante, El Silencio se rompió.
No con gritos.
No con quejas.
Con voz. Con presencia.
Con la dignidad mínima de que te pregunten qué pensás.
Y acá estoy. Tratando de contarlo sin estropearlo y a modo de crónica urgente, mientras la mañana de la radio sucede.
Porque a veces las palabras también tienen que aprender a no cubrir, sino a descubrir.