Nací y me crié en un lugar de medios locos. Una barriada enorme y variopinta. Un organismo multiforme digno de un estudio sociológico de alguna comisión especializada de las Naciones Unidas.
Y si hay algo que late en ese caldero de pasiones y arrabales es el sentimiento por el Carnaval y sus duendes.
Los personajes carnestolendos son una fauna divina que se toma los colores y los sonidos como una cuestión casi ecuménica. Un poco por vecindad, otro poco por simpatía y otro -más aquí en el tiempo- por trabajo, llegué a frecuentar el ámbito y más de una vez me sorprendí contagiadísimo de ese mismo grado de swing, de ese pulso. Y seguramente, aunque él ni se enteró, uno de los responsables de esa cuestión es Gabriel Ezequiel Gonzalez (Poco, Poquinho), que partió inesperadamente de estos pagos terrenales hace algunas horas. Me pasé el día leyendo despedidas por parte de los que lo conocieron bien y aquí estoy con el pecho vuelto una pasa de uva escribiéndole estas líneas, agradeciendo su paso por la avenida, su elegancia en el llevar, su lucha de añares contra la mirada de costado. Aquí estoy para dejar mi aplauso de pie, como espectador y como vecino iniciático de aquel lugar de medios locos, que somos todos los de La Bianca. Hasta la vista, Maestro. Lo suyo nunca fue poco. Un día nos encontraremos en otro carnaval.