El castillo “San Carlos” fue terminado de construir en 1888 por su dueño Edouard Demachy, de origen Francés, el cual se dio el lujo de llegar a Concordia en su barco privado, trayendo consigo muebles, cuadros, cortinas, alfombras, esculturas y platería, entre otras cosas.
La gente de la región no se vio sorprendida al ver como se descargaban todos estos objetos costosos y de refinado gusto, ya que se había intuido la opulencia de sus propietarios durante la construcción del castillo.
A su llegada lo anuncio un medio local:
“Procedente de París llegó M. Edouard Demachy, francés de gentil apostura, cuyos modales rumbosos trasuntan una existencia acomodada. No es conde, ni marqués, ni senador. Es algo más que todo eso: es el hijo de uno de los banqueros más opulentos de Francia, con cuyo capital sostendrá la instalación de un saladero en nuestras costas. ”
El francés Adrien Edouard Demachy, hijo de un importante banquero del siglo XIX, nosotros los concordienses lo denominados Conde. Y ahora en el siglo XXI para no perder el glamour lo llamaremos “símil” Conde. Casado en Edimburgo (Escocia) con Antoniette Yolande de Corbiel , también francesa y cantante de ópera, viven con su pequeño hijo, Charles Edouard, en Concordia en el llamado Parque San Carlos.Construye su mansión, el Palacio San Carlos, la que luego pasará a ser patrimonio de la Sociedad Robert de Coulon y Cía. junto a un saladero, una jabonería, una carpintería, una velería y una gran quinta. Su producción mayor según documentos, era el jabón.La construcción de su vivienda llamó poderosamente la atención de los concordienses, ya que la construyó con piedras del mismo terreno, en una de las zonas más altas de la ciudad, y a veintitrés cuadras del centro. Se supone que el hierro T de trocha media de ferrocarril que se usó para la contención de la obra era de Francia, la madera de los pisos de Estados Unidos, y el revestimiento de las paredes de algún otro lugar de Europa. Sumado a esto, le instala calefacción central por medio de hogares o estufas de mármol de Carrara que vinieron desarmadas desde Italia. Lo destacable fue su sistema de iluminación, en base a acetileno, distribuido por un gran sistema de cañerías interior. Para su producción se usó un gasógeno alimentado a carburo de calcio que mezclado con agua producía este gas. Otros de los elementos que sorprendió fueron los sanitarios móviles (cajoneras con bidet de mármol) colocados en las dormitorios.La majestuosidad de la vivienda, la podemos imaginar con todo el equipamiento interior. Su decoración incluía arañas, cuadros, gobelinos, espejos Derondell, cortinados, lanzas francesas, lámparas de pie, mosquetes, una máscara de esgrima, un arcabuz, una cabeza de ciervo, una armadura, una colección de diecisiete armas antiguas, entre otros.Lo novedoso era la existencia de dos cocinas, una en el Jardín y otra del Palacio. La del Jardín estaba a unos doscientos sesenta metros, donde hoy se encuentra el Jardín Botánico “Aníbal Carnevalini”.También, poseían dos carruajes para transportarse, uno común y otro de gala.Sin embargo, antes de noviembre de 1891 se supone que agobiado por sus deudas, sin dar muchas explicaciones, regresa a su país. Vive en diferentes ciudades, siendo su último domicilio, París. A su regreso a Francia, se dedicó a investigar sobre las abejas, fue integrante de la Sociedad Entomológica y escribió doce libros económicos, por cierto muy cuestionados por su antisemitismo. Su actividad: periodista.Aquel hijo que vivió esta bella historia de pequeño en nuestra ciudad fallece muy joven en Ville Nancy (capital del departamento de Meurta y Mosela en la región de Gran Este, al noreste de Francia). En 1926, su esposa muere en su casa de París. Y el símil Conde Demachy al año siguiente, en la casa de su hermana, en una ciudad muy bonita, llamada Villers Sur Mer. La familia Demachy, todos banqueros, salvo Edouard están enterrados uno de los cementerios más importantes de Francia y más visitado del mundo, llamadoPerèLachaise.Aquí, había quedado el terreno del establecimiento San Carlos hipotecado, con todo lo plantado e instalado, incluyendo el Castillo. Pasó el tiempo y en 1907, compra la propiedad en un remate el alemán Roberto Lix Klett. El y su familia viven un tiempo en la casa, acondicionándola a su gusto, para luego alquilarla a varias familias. Este fue el fin de los emprendimientos comerciales de Demachy.Pasaron casi veinte años y los Lix Klett venden esta propiedad de 60 hectáreas escrituradas y con títulos de propiedad a la Sociedad Rural. Las otras 41 hectáreas estaban sin escriturar, lo que conforman 101 hectàreas, algunas de ellas hoy expropiadas para construir la planta potabilizadora de agua.En 1928 es adquirido todo esto por la Municipalidad de Concordia, que transforma al patio de la casa principal, en un parque público, y a la gran casona la alquila a una familia francesa, los Fuchs Valon, por un contrato por varios años.La gran casona y Saint ExuperyLos Fuchs Valon eran una familia muy particular, integrada por el matrimonio y tres hijos. Se instalaron en la mansión para vivir en ella una historia que quedaría grabada en el recuerdo. De gustos exuberantes y refinados, tenían atracción por los animales, siendo hacendados se dedicaban a ellos con mucho esmero. Pero, en la casa tenían otros animales, lejos de ser domésticos, ellos adquirieron un zorro del monte, mangostas, y una iguana, que convivían con las abejas y las serpientes. Sus hijos, un varón y dos niñas, eran los encargados de estos animales, los cuales tenían sumo cuidado y atención. De vida muy salvaje, amaban observar los movimientos y manifestaciones de todos sus animales, que cuidaban y alimentaban.La señora Fuchs, concertista de piano y profesora de francés, aparte de ocuparse de las tareas de su hogar, cultivaba rosas para embellecer los jardines de la casa.Mario, el hijo mayor, se dedicaba a estudiar y acompañar a su padre en los trabajos del campo. Las niñas por el contrario, disfrutaban de esta vida en contacto con la naturaleza.Transcurría 1929, sus hijas Edda Sara y Susana Luisa, ambas amantes de las cabalgatas con 11 y 16 años respectivamente, salían diariamente a recorrer la zona. Un día, haciendo su recorrido habitual, vieron una avioneta que aterrizó en un campo lindero y su curiosidad las llevó a acercarse al lugar para investigar quien era este intrépido aviador que se animó a descender.Al acercarse hasta el avión se encuentran con un gigante, de 1,95m de altura, nariz respingada, ojos saltones, mirar semidormido, que caminaba con los brazos pegados al cuerpo lo que le daba un andar parecido a un oso. Allí, observaron que una de las ruedas del avión, un Latè 25, se hundió en una cueva de vizcacha. Las pícaras niñas no entienden la torpeza de aquel piloto y comentaron entre ellas una grosería, pero en francés Qué bestia! Qué tonto! No vio la vizcachera!. Gran sorpresa se llevan cuando el piloto, les contesta al entender francés. Este aviador era Antonie de Saint Exupery, quien había sido contratado y designado a Argentina para delinear nuevas líneas de correo aéreo de la Aeropostal. Hoy recordamos a Saint Exùpery por ser el autor de una de las obras más importantes de la literatura mundial, El Principito.Por ello, este encuentro con las llamadas “princesitas argentinas”, se produce al realizar un vuelo de reconocimiento para delinear la ruta entre Buenos Aires y Asunción del Paraguay. Al ver un claro en las tierras de San Carlos, decide aterrizar.La magia del lugar, lo cautivó a tal punto que a su regreso a Francia, publica un artículo en una revista parisina, cuyo título es Las princesitas argentinas. Pasaron los años, y Saintex arma los capítulos de su libro Tierra de Hombres, publicado en 1939, incluyendo aquel artículo como un nuevo capítulo, pero con un título distinto, Oasis. Su experiencia, se refleja en sus palabras: “Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas, fue en Concordia, en Argentina”.Los franceses, suponían que cuando él hablaba de las princesitas argentinas era producto de su imaginación, hasta que llegaron dos periodistas franceses, y se encuentran con una administradora de campos y una profesora de francés, que cuentan sus experiencias de niñas. De aquí en más, nunca dejamos de ser noticia, con las pequeñas que lo inspiraron para escribir su obra universal, El Principito.En Concordia, los días transcurrían para la familia Fuchs que permaneció en el Castillo unos años más, para luego vivir en una estancia que adquirieron, trasladando todos sus animales.Así, la gran casona quedó descuidada y abandonada. Lugar de leyendas y mitos fue perdiendo su esplendor, que terminó con un gran incendio que se desató el 25 de setiembre de 1938, quedando en ruinas.El valor agregado: La restauración de la casaEn el año 2008 un trabajo en conjunto entre autoridades provinciales y municipales acordó llevar adelante acciones para conservar y poner en valor las ruinas. Un equipo interdisciplinario integrado por arquitectos, un especialista en restauración, ingenieros, un especialista en revoques, una antropóloga, una bioquímica, y subcontratistas trabajaron para conservar la materialidad de la obra con la mínima intervención, manteniendo en nuestra memoria colectiva la imagen de ruina, adoptando una solución reversible.Los procedimientos más importantes estaban relacionados a la limpieza y consolidación de los muros. Se trabajó en la eliminación de la vegetación superior que afectaba pisos y paredes.Se mantuvieron restos de tirantes, clavos, perfiles, canaletas, caños, chapas y otros elementos. Se sellaron fisuras y grietas. Se reubicaron dos rejas originales. Se trabajó con materiales nuevos pero respetando colores originales, por ejemplo en el caso del ladrillo. Se colocaron pisos en damero, respetando la disposición de los originales. Se construyeron tres contrafuertes para sostener las paredes existentes y producir al mismo tiempo un cerramiento en el ala SO de la casa. Al mismo tiempo, se recuperaron diversos restos culturales que incluyen fragmentos de loza sanitaria, restos de frascos y botellas, y diversos elementos constructivos metálicos.Se construyeron pasarelas y escaleras que hacen un recorrido seguro y controlado, dándole integridad al edificio al poder recorrerlo en la planta de acceso y la semienterrada, sin necesariamente salir del lugar. Se creó un espacio, que ayuda a entender la historia de la casa y sus habitantes a lo largo del tiempo, donde también se recibe al turista, llamado Centro de Interpretación.