Los vuelos en hidroavión a Concordia. Recuerdos de un niño.
En enero de 1948, cuando yo tenía ocho años, viajé por primera vez en avión. Me acompañaba mi hermana Mercedes, de cuatro. Nuestra familia estaba radicada por entonces en Buenos Aires y nuestros padres nos acompañaron al puerto. Allí nos embarcaríamos, en hidroavión, en un vuelo a Concordia. (…).
Zarpo la embarcación y, en pocos minutos, nos dejó junto al hidroavión posado sobre las aguas, cerca de la escollera. Ascendimos lentamente y apareció un mundo verdaderamente fascinante. Unos compartimentos con grandes asientos forrados en color azul. Sobre ellos, los portaequipajes. (…)
Los motores se pusieron en marcha. El hidroavión se deslizó raudamente y, los botes situados debajo de las alas, levantaron una inmensa catarata de espuma. (…)
El “hidro” tenía dos pisos. Como éramos niños, subimos al segundo para conocerlo. La escalera estaba revestida en madera y, arriba, viajaban otros pasajeros y estaba la cabina de mando. (…)
Años después supe que, la parte alta había servido como comedor, cuando en los lejanos años, en vuelos transatlánticos, los viajeros se situaban alrededor de una mesa.
Pasaron los minutos y divisamos nuestra ciudad. El hidroavión volaba majestuosamente sobre el río. El paisaje era verdaderamente espléndido. (…)
En unos instantes, la máquina voladora descendió sobre el Uruguay. Nuevamente, la espuma lo cubrió todo y, al acuatizar, vimos el edificio del Club Regatas y la lancha que nos venía a buscar. Habíamos llegado. Todo era fiesta y alegría. Había transcurrido una hora y media desde la salida de Buenos Aires. Ahora, otros pasajeros se disponían a volar desde Concordia en el “hidro” –como lo llamábamos entonces –a ese medio de comunicación tan eficaz.
Autor y fuente: Roberto Sebastián Cava, diario “El Heraldo” 30/10/2004
Imágenes: Hidroavión (agradecemos la fotografía a Juan Meneguín)